Nos encontramos en un mundo caracterizado por una transformación sin precedentes y radicalmente incierta, lo que Yuval Noah Harari (2018) describe como el mundo UTRU (Unprecedented Transformation and Radical Uncertainties) y Zygumnd Bauman (2015) como VICA: volátil, complejo, incierto y ambiguo. En este contexto tan cambiante, la escuela tiene como función preparar a los estudiantes no sólo para desempeñarse en el mundo sino para transformarlo. Educar para lo desconocido, expresa David Perkins (2015), puede ser un acto tan atractivo como desafiante porque nos invita a mirar la enseñanza como la oportunidad de fomentar la curiosidad, el empoderamiento y la responsabilidad.
La pregunta es cómo fomentamos la curiosidad, el empoderamiento y la responsabilidad, qué necesitan aprender los alumnos hoy en las escuelas. Si bien no hay una única respuesta, una de las aproximaciones a estas preguntas ha sido el enfoque de las capacidades1. Este enfoque ha dado lugar al desarrollo de diversos marcos comprensivos que se enfocan en lo que los estudiantes deben ser capaces de hacer.
En este sentido, consideramos necesario transformar la escuela para que sea emocionalmente significativa e intelectualmente desafiante (Pinto, 2018); para que sea una institución en la que los estudiantes se sientan seguros, en la que puedan equivocarse y volver a probar, en la que encuentren un sentido a las clases y actividades; y para que la escuela sea capaz de encender la chispa del aprendizaje (Furman, 2018), despertando la curiosidad y el deseo por aprender.